Criaturas Traviesas Historia De Terror 2023
Criaturas Traviesas, Historia De Terror… Desde que tengo uso de razón, amo el senderismo y casi cualquier actividad al aire libre, la idea de ver a la naturaleza en vivo y a todo color, era algo realmente agradable para mí.
De niño esto resultaba ser un tanto problemático, puesto que solía escabullirme para ir a sitios lo más retirados posible, mi abuela siempre me decía que dejara de hacerlo o podría perderme o quizás encontrarme con algo con lo que no deseaba encontrarme, pero jamás le hice caso, para mí el quedarme sin explorar era mucho peor que perderse o ver algo extraño, al menos eso creía yo.
Este gusto no desapareció con el tiempo, al contrario, mientras crecía iba perfeccionando e introduciéndome más y más en el senderismo, aunque por desgracia, no tenía a muchos amigos que compartieran mi amor por el mismo.
Por lo general si llevaba a cualquier persona, siempre se quejaba o me pedía hacer paradas con relativa frecuencia, por lo que a la edad de 30 años, era una actividad que prefería hacer en soledad y que practicaba casi todos los fines de semana, salía muy temprano y no volvía hasta el día siguiente o incluso a veces hasta el lunes, la mayoría de mis amigos y familiares lo sabía, llegando al punto en el que no se preocupaban si la comunicación conmigo se perdía por ese periodo de tiempo.
Creo que mentiría si dijera que antes de lo que estoy por relatar, jamás vi nada peligroso, extraño, o fuera de lo usual, la verdad en varias ocasiones me llegué a topar con personas un tanto extrañas que aprovechaban esos lugares para hacer cosas cuestionables, y por supuesto que de tantas noches quedándome en la intemperie o caminando en sitios con mucha vegetación, también me llegué a topar con situaciones a las cuales no les pude encontrar mucha explicación, sin embargo, estás últimas nunca habían traspasado más haya de unos cuantos sustos fácilmente olvidables.
De los diferentes sitios en donde hacía senderismo, las montañas desde siempre me habían ejercido una fascinación inexplicable, se podría decir que eran mi lugar favorito. Y para mí fortuna, de la parte en dónde yo era, lugar que prefiero omitir, pues no me gustaría que algún valiente intente ir a buscar algo que sin lugar a dudas debe permanecer oculto, pero en fin, aquel fin de semana como era mi costumbre, alisté todas mis cosas, tomé mi bicicleta de montaña y salí dé mi hogar.
Por lo general usaba mi auto para llegar a mi destino, sin embargo, en esta ocasión era tan relativamente cercano, que no le vi necesidad, y en retrospectiva, vaya que debí hacerlo. Recuerdo que al apenas entrar al área de la montaña dónde pasaría ese fin de semana, algo dentro de mí, me dijo que algo no estaba del todo bien, sin embargo, creí que solo tenía la sensación de que no había cerrado bien la casa o algo por el estilo, por lo que seguí a delante con mi recorrido de ese día.
Durante la primera noche ahí, aquella sensación de incomodidad no se iba, y no entendía el porqué, puesto que en algún punto de la tarde había conseguido la suficiente señal telefónica como para llamar a mi primo y pedirle que revisara que todo en mi casa estuviera en orden y así mismo él me lo había confirmado, por lo que eso ya no debía ser motivo para preocuparme, sin embargo, no podía quitarme aquella sensación de mi cabeza.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y decidí explorar un poco, la verdad estaba aún con aquella sensación extraña, por lo que, aunque mi plan era pasar ahí dos noches, pensé que después de la caminata, volvería a mi casa. Al principio, todo parecía estar relativamente en orden.
El lugar era muy hermoso y pude sacar muy bellas fotos tanto de vistas espectaculares, así como de un poco de la fauna local, me atrevería a decir que incluso por un momento, comencé a tranquilizarme. Sin embargo, había algo que comenzó a llamarme la atención mientras avanzaba.
El canto de los pájaros, que por obvias razones se escuchaba casi a todas horas del día por el hecho de estar en medio de la naturaleza, era inusualmente ausente. Incluso el zumbido de los insectos parecía haberse desvanecido en el silencio. Era como si el sitio mismo estuviera sosteniendo la respiración, como si nada, ni nadie se atreviera a estar cerca de aquel lugar
A pesar de la inquietud que empezaba a crecer dentro de mí, continué caminando. Mi curiosidad se mezclaba con la sensación incómoda de que algo no estaba bien. Cada vez que levantaba la mirada hacia las copas de los árboles, parecía que las hojas se agitaban con una inquietud propia. Fue entonces cuando lo escuché.
Risitas. Ruidos tenues y extraños, similares a risas infantiles, pero con un matiz que no lograba descifrar. Eran como el eco de una risa, distorsionada y discordante, que parecía resonar desde todas las direcciones a la vez.
Eso era muy extraño, puesto que no creía que niños estuvieran tan felices estando en medio de la nada, pues hasta donde yo sabía, nadie vivía en los alrededores, Intrigado y con el corazón latiendo con anticipación, me dirigí hacia el sonido de esas risitas. El paisaje a mi alrededor comenzó a cambiar, no se de que manera describirlo, pero se sentía diferente, como cuando en un sueño, te das cuenta que estás soñando y en ese momento, todo se pone extraño y piensas que alguien se puede dar cuenta que no perteneces ahí. Mis pasos eran cautelosos, pero mi curiosidad superaba mi cautela. ¿Quiénes o qué eran los responsables de esas risas extrañas?
Finalmente, llegué a una parte de la montaña en dónde había una especie de manantial de agua corriendo, y lo que vi me dejó paralizado. Un grupo de figuras diminutas, apenas alcanzando medio metro de altura, jugueteaban en medio del claro. No eran como ningún duende o criatura que hubiera imaginado jamás. Eran de un azul, un tanto fuerte pero no tanto, algo en medio de azul cielo y azul marino. Sus cuerpos eran delgados y asexuados, y sus orejas puntiagudas se movían con cada risita. Sus ojos, grandes y completamente negros, parecían absorber la luz a su alrededor. No tenían ropa, y casi puedo jurar que tampoco había rastro de que trajeran ropa consigo y se la hubiesen quitado, pero su apariencia no generaba ninguna sensación de indecencia. En sus rostros, mezclaban la inocencia un tanto infantil.
Allí, en medio de la vegetación frondosa, aquellas criaturas que en su momento solo podía describir como duendecillos azules, habían creado su propio mundo de juego. Algunos de ellos chapoteaban en el agua, sus risas llenando el aire como diminutas campanas tintineantes.
Otros jugaban en las orillas, empujándose y riendo como niños pequeños en una tarde de verano. Aunque estaba desconcertado por lo que estaba viendo, no podía evitar sentir una extraña sensación de asombro ante la visión de estas criaturas juguetonas.
Parecían tan fuera de lugar y, sin embargo, completamente en sintonía con su entorno. Ellos irradiaban una vitalidad y una conexión con la naturaleza que yo apenas podía comprender.
Fui criado por mi abuela, una mujer amable y respetuosa con todo tipo de vida, de hecho no existía ningún tipo de vida que ella no creyera que mereciera respeto y preservación, y así mismo, me educó con los mismos valores, sin mencionar que también era una fiel creyente de criaturas que vivían en la naturaleza, las cuales el ser humano no estaba listo para ver, y recuerdo que de niño me decía que existían cosas que era mejor, solo dejarlas en paz y aunque de niño le creía, al crecer deje de hacerlo, sin embargo, en ese momento me di cuenta que mi abuela, tenía razón.
Decidí retroceder, darles su espacio, no solo por las enseñanzas de mi abuela, sino porque aunque impresionante, la escena se tornaba un tanto perturbadora entre más la veías. Sin embargo, la mala suerte parecía estar de mi lado. Un tropezón con una piedra oculta en el suelo hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo.
El impacto seco se mezcló con mi exclamación de sorpresa, interrumpiendo la armonía que los duendecillos que estaban chapoteando en aquel manantial tenían.
Criaturas Traviesas Historia De Terror
El sonido de mi caída hizo que todos los duendecillos se detuvieran de repente. Alrededor de diez de ellos, sus cuerpos azules contrastando con el verdor de la vegetación, se volvieron en mi dirección al unísono. Sus ojos completamente negros, como pozos sin fondo, parecían absorber la luz del sol. En sus miradas, no había miedo ni sorpresa, solo una intensidad que parecía desafiar la realidad misma.
Mi pulso se aceleró mientras luchaba por ponerme de pie. Pero antes de que pudiera recuperar mi equilibrio, los duendecillos comenzaron a correr hacia mí, sus pequeños cuerpos ágiles moviéndose con una velocidad que me dejó sin aliento. Mi instinto de supervivencia se disparó y, en medio de la confusión, logré ponerme de pie y alejarme de ellos.
Corrí sin mirar atrás, sintiendo el miedo y la adrenalina corriendo por mis venas. Las risas de los duendecillos habían desaparecido y ahora habían sido cambiadas por gruñidos y algunos gritos de furia. Sabía que no podía permitir que me alcanzaran, que no podía dejar que esas criaturas me rodearan de nuevo.
Pero mientras corría, tropecé una vez más, esta vez contra algo que se encontraba en el suelo. Antes de que pudiera reaccionar, sentí un impacto en mi espalda que me hizo terminar de caer sin siquiera poder meter las manos.
La sensación de algo golpeándome fue seguida por una sensación de opresión, como si algo me estuviera manteniendo en ese lugar. Giré la cabeza para ver a los duendecillos rodeándome, sus ojos oscuros fijos en mí con una intensidad que me paralizó.
Intenté luchar, grité y forcejeé, pero parecía que estaban en todas partes a la vez, sus pequeños cuerpos esquivando mis intentos desesperados de liberarme.
Sentí arañazos y mordiscos, y cada vez que intentaba levantar una mano para protegerme, era como si supieran de antemano mis movimientos.
Recuerdo que en algún punto, pude ver una esfera, era algo como energía, brillaba mucho a pesar de estar soleado, eso brillaba todavía más, era del tamaño de una pelota de béisbol y después, solo puedo recordar lo doloroso que fue cuando comenzó a entrar por mi pecho.
Aquel dolor fue el más espantoso que e tenido en toda mi vida, y fue tan fuerte que mis fuerzas me abandonaron y todo se volvió borroso. Me sentía como si estuviera flotando en una realidad distorsionada, como si estuviera perdiendo la conexión con mi propio cuerpo y mente.
En medio de esa confusión, los duendecillos seguían a mi alrededor, su presencia opresiva llenando el aire. Y lo último que recuerdo que después de que aquella esfera de energía entrara, salió de mí, pero se veía de otro color, aunque de esto último solo me di cuenta años después, cuando hacía memoria.
No recuerdo mucho después de eso, ni siquiera puedo recordar cómo logré escapar de esa situación. Mi memoria aquel día en las siguientes horas, es un collage confuso de sensaciones, imágenes fragmentadas y emociones turbulentas.
Lo siguiente que sé es que me encontraba gateando lejos del claro, mi cuerpo tembloroso y mis pensamientos en un caos indescriptible.
No tenía idea de cómo había llegado allí, de alguna manera había logrado bajar de la montaña y estaba rodeado de otras personas.
Las voces parecían distantes, como si estuvieran llegando desde un lugar lejano. Mi mente estaba fragmentada, como si algo esencial hubiera sido arrancado de mí. Cada pensamiento, cada recuerdo, parecía como si alguien hubiera tomado un cuchillo y cortado a través de ellos.
Mi visión se volvió a desvanecer y me encontré luchando para mantenerme consciente. Cada aliento era un esfuerzo, y mi cuerpo parecía estar en un estado de shock. A medida que mis sentidos se desvanecían, una sensación de pérdida y confusión me invadió, como si hubiera experimentado algo que mi mente no podía comprender ni procesar.
Desperté en un hospital, no sabía si habían pasado horas o días, todo era confuso. La habitación del hospital se sentía fría y estéril. Mi abuela y algunos familiares estaban a mi lado, preocupados por mi estado de salud que parecía empeorar día a día. Los escalofríos recorrían mi cuerpo, y la fiebre ardía en mi piel.
Cada movimiento, cada palabra, parecía una tarea monumental. No sé de que otra manera explicar esto, pero fuera del constante dolor físico por las mordidas y otras heridas que no sabía cómo habían sido causadas, yo no podía sentir nada.
Me refiero a emociones, no estaba feliz por estar vivo, tampoco triste, no me importaba si mi familia estaba ahí o no, simplemente no era capaz de sentir nada, solo lo físico, no quería comer, la comida no me sabía a nada, era como si yo fuera un muñeco rodeado de personas, decían que Lucia muy mal, sin embargo, los estudios que me hacían, indicaban que fuera de las heridas, yo debía estar bien y recuperándome, pero en lugar de eso, yo parecía estar empeorando un poco más cada día y lo peor era que ni siquiera me importaba, es más, ni siquiera les había contado nada de lo que había visto en la montaña, simplemente no le veía el caso.
Recuerdo que pasaron unos cinco días de esto, hasta que durante el quinto día, mi abuela, con los ojos llenos de preocupación, me incitaba a comer algo, a recuperar mis fuerzas.
Pero mi mente estaba en un estado de desconexión, como si una parte esencial de mí hubiera quedado atrapada en ese lugar con los duendecillos azules. Mi abuela estaba a punto de llorar por no lograr ninguna reacción conmigo.
Cuando a la habitación entró la amiga de mi abuela, puedo recordar cómo casi enseguida que me miró, retrocedió de la impresión, como si hubiese visto lo más horrible del mundo.
Se acercó a mi cama. Sus ojos parecían contener un conocimiento profundo, como si ella hubiera explorado los rincones más oscuros del mundo y regresado con secretos que solo unos pocos podían comprender.
Mi abuela y la mujer conversaron en voz baja, intercambiando palabras que no podía entender en mi estado debilitado. Sin embargo, había algo en la forma en que me miraban, en cómo se dirigían a mí con una mezcla de empatía y determinación, y después ella tomó mi mano y me dijo que no me preocupara, que su primo sabría que hacer, pero en el momento eso no me hizo sentir nada.
El primo de la amiga de mi abuela llegó al siguiente día, su presencia, me hizo sentir algo, no recuerdo qué exactamente, pero era la primera persona que no me era del todo indiferente.
Tomó mi mano con firmeza y sus ojos, profundos y sabios, se encontraron con los míos. Negó con la cabeza y me dijo que yo me había encontrado con algo con lo que no me debía encontrar y me habían quitado algo, untó una pomada en mi pecho y finalmente me dijo que ya lo sabía.
En ese momento miró a mi abuela y comenzó a explicarle de las diferentes partes del alma que habitan en nosotros, le volví a preguntar hace poco para dejarlo un tanto más claro y el me dijo esto, el teyolía, que está en el corazón, que es la fuente de nuestra identidad y conciencia; el tonalli, en la cabeza, la fuerza vital y el destino; y el ihíyotl, en el hígado, el aliento y las emociones. Me explicó que algo había tomado una porción de mi teyolía, lo que estaba causando mi estado de vacío y desconexión.
Según él, lo que sea que me había arrebatado una parte de mi teyolía estaba provocando que mi cuerpo comenzara a apagarse, como si estuviera perdiendo lo que me definía. Era como si mi esencia estuviera siendo consumida por una presencia que se resistía a ser identificada. Mi cuerpo luchaba por sobrevivir en un estado en el que ya no reconocía su propia esencia.
El chamán mencionó la posibilidad de que un tipo de criatura, específicamente una de las diferentes especies de chaneque, pudiera estar detrás de lo que me había sucedido. Me mostró un dibujo y en él reconocí a los seres que había visto en el bosque, los duendecillos azules con sus ojos oscuros y su aura misteriosa.
Asentí débilmente cuando el chamán me preguntó si esos seres eran los que me habían atacado. Él explicó que si bien algunos chaneques solo hacían algunas travesuras inocentes, ese tipo en específico de chaneques eran criaturas traviesas y maliciosas que odiaban a los humanos, y odiaban ser vistos por ellos, aunque fuera por accidente.
El chamán habló de una posible solución. Mi familia debía ir al lugar donde los había visto y realizar ofrendas de comida y bebida, además de pedir perdón en nombre del afectado. Era un rito antiguo destinado a apaciguar a estas criaturas y recuperar la parte de mi teyolía que me habían arrebatado. Pero no había garantías de éxito, ya que los chaneques eran impredecibles en sus acciones.
El chamán relató cómo había tenido una visión del lugar en el que los duendecillos azules me habían rodeado. Su experiencia y conocimiento le habían permitido conectarse con fuerzas invisibles y ver más allá de lo evidente. Era un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.
Mi abuela aceptó la misión y se dirigió al lugar indicado. Aunque su rostro estaba lleno de preocupación, su determinación era evidente.
Y para mi alivio, al día siguiente comencé a sentir una mejoría. Mi cuerpo recuperaba su vitalidad, y con cada latido de mi corazón, sentía que regresaba una parte de mí que había estado perdida, siempre estaré agradecido de haberme topado con alguien que pudo saber que tenía, puesto que siempre e creído que en otras circunstancias, hubiese muerto, actualmente sigo practicando en senderismo, pero siempre que tengo una sensación extraña, doy media vuelta y vuelvo.
Escrito por: Liza Hernández.
Deja un comentario