La Tía Emilia Historia De Terror 2021
La tía Emilia, historia de terror… Me gustaría compartir mi historia, pues siento que si no lo hago, enloqueceré. Todo empezó cuando yo era niño, vivía con mis papás en una casa relativamente grande, cerca de la Basílica de Guadalupe, en la que nos sobraban algunas habitaciones.
Esta casa era propiedad de mi abuelo, por parte de mi madre, quien al morir se la heredó a mi mamá. En su lecho de muerte, mi abuelo imploró a mi madre que velara por todos sus hermanos, así, digamos que una cláusula para que heredara la casa sería que cada vez que uno de sus hermanos requiriera quedarse en ella lo hiciera sin problemas. Dado el carácter amable y generoso de mi madre, no tuvo problemas con ello.
Aunque ninguno de sus numerosos hermanos tuvo necesidad alguna de alojarse en nuestra casa… hasta que llegó ella.
Era la hermana mayor de la familia, se llamaba Emilia. Ninguno de los demás quiso ayudarla, pues hasta hace poco comenzó a desarrollar demencia senil, nunca se casó y por tal motivo fue a dar en un asilo de ancianos. Sin embargo, ya no era posible cuidarla ahí debido a que el dinero que ahorró en juventud y con el que pagaba su estancia se había terminado, así que por el carácter de mi madre y la promesa que le hizo a mi abuelo, admitió a mi tía en su casa para cuidarla.
Debido a que estaba en un asilo y por su condición, pocas veces la habíamos oído mencionar, incluso era la primera vez que yo la veía. Su rostro ya estaba muy arrugado, tenía solo unos mechones de cabello, espalda encorvada y mirada algo perdida, aunque tenía restos de lo que era un semblante severo.
Muchos años después, mi madre me diría que como mi abuelo tuvo que trabajar para mantener a sus hijos cuando mi abuela se marchó como Adelita en la Revolución, endilgó la tarea de la crianza de los hijos a la tía Emilia, lo cual le amargó el carácter y forjó dicho semblante. Cuando mi madre le dio la bienvenida, la tía Emilia simplemente emitió un gruñido corto, y miró a mi madre casi como si quisiera ordenarle algo.
“Tranquila, Emilia, siéntete como en tu casa”. Le dijo, como si comprendiera la naturaleza del gruñido. Posteriormente, le pidió a mi papá que llevara el equipaje, que consistía en una maleta y una bolsa de mandado. Mientras él cargaba la maleta, me pidió ayudarle con la bolsa, las cuales pusimos en una habitación que estaba a un lado de la mía.
Mi madre llevaba a la tía Emilia, quien no dejaba de gruñir, mientras ella le hablaba cariñosamente. Eso me dejaba un sentimiento de malestar que se acentuaba conforme pasaban los días.
Mi madre nos encargaba a mis dos hermanas y a mí que le lleváramos sus alimentos y nos turnábamos. Cuando me tocaba a mí, dejaba con rapidez la comida y me iba, pues la primera vez que realicé esa tarea, la tía Emilia me miró fijamente y emitió un gruñido muy fuerte, al punto que por accidente tiré el plato al suelo y corrí asustado. Mis hermanas nunca tuvieron ese problema, quizá porque no miraban a los ojos a mi tía, o porque nunca se incomodaron con su presencia.
Mi tía vivió en nuestra casa por un año, el cual fue muy difícil, debido a que era una garantía de gruñidos entregarle la comida. Incluso era complicado jugar en mi casa.
En las pocas ocasiones que un amigo venía a jugar conmigo a mi casa, era cuestión de tiempo para que escucháramos gruñidos horribles, lo cual ahuyentaba a mi invitado. Lo mismo sucedía cuando jugaba solo, no podía siquiera mover un cochecito sin provocar reacciones en la tía Emilia, siempre negativas.
Finalmente, entre gruñidos, miradas penetrantes, achaques y frecuentes consultas médicas, la tía fue trasladada al hospital a causa de una afección respiratoria. Tres semanas después, falleció en una cama de hospital, varios kilómetros de mi casa.
Sin embargo, el proceso fúnebre sí se hizo ahí, con todos mis tíos y tías presentes, gracias a que mi mamá los llamó a todos. Sin quererlo yo, escuché una conversación entre dos de ellos. Ambos recordaban que no medía con la misma vara a los niños y a las niñas que tuvo a su cuidado.
“¿Te acuerdas cómo te encerró el granero porque no quisiste comer verduras?” Decía uno de ellos.
“¿Y qué me dices de la cueriza que te dio cuando olvidaste atar al caballo?” Respondió el otro tío. De pronto, llegó otra de mis tías y reforzó la idea que planteaban ellos dos:
“¡Ustedes tienen la culpa, siempre fueron tremendos! A mis hermanas y a mí nunca nos levantó la mano, porque siempre nos portamos bien.
“Sabes muy bien que eso no es verdad, hermana, y lo sabes, la tía Emilia las trataba diferente a nosotros. ¿A poco no te acuerdas que ya más grandecita, tú llegabas bien tarde de verte con el novio, y ella te solapó? Una semana después, yo salí con una joven de una hacienda cercana, ¡y cómo me puso mi papá cuando se enteró, gracias a Emilia! ¡Ya casi me amenazaba con casarme con ella o mandarme de cura!”
Esa plática me hizo pensar el por qué sentía algo diferente a lo que mis hermanas cuando llevaban alimentos a la tía. Ahora sabía que era una mujer severa con los hombres y solapadora con las mujeres, cosa muy extraña en una sociedad primordialmente machista, que regularmente es al revés.
Pasó el tiempo del novenario, de ahí un mes de constantes visitas de mis tíos, hasta que dejaron de venir a la casa. De algún modo habíamos vuelto a nuestra vida normal, hasta que una noche tuve un sueño perturbador.
Estaba en mi habitación, como si me hubiera acabado de despertar, en mi sueño ya eran las cinco de la mañana, no sé cómo lo sabía, y de pronto escuchaba un gruñido similar a los que hacía la tía Emilia cuando me acercaba a entregarle la comida, este venía de la habitación contigua, justo la que habitaba.
No sé cómo me armé de valor, pero me atrevía entrar a la habitación. Esta se encontraba oscura, de algún modo pude ver la cama vacía, una mesita con una pequeña bandeja, tal y como se encontraba antes de que tuvieran que llevarla al hospital para nunca volver.
La Tía Emila Historia De Terror
Decidí encender la luz, cuando de pronto sonaba un gruñido, en efecto, era la tía Emilia, estaba de pie, vestía un chal negro que cubría los pocos mechones de cabello de su casi calva cabeza, tenía las arrugas más marcadas en su rostro, sus ojos estaban enrojecidos y me miraban fijamente, su boca temblaba como si quisiera decirme algo. Sin embargo, solo pudo emitir un gruñido, el cual sonaba mucho más perturbador que cuando estaba viva, más sepulcral, por así decirlo.
Esto provocó que saliera del cuarto, para entrar al mío, me metí a mi cama y me envolví en las cobijas. De pronto escuché de nuevo el gruñido, y vi con total nitidez el horrible rostro de la tía Emilia como si estuviera rodeado de un halo luminoso y atravesaba mis cobijas, mientras seguía gruñendo, se acercaba cada vez más, y más, y más…
Hasta que desperté. Estaba bañado en sudor en mi habitación, a oscuras. Decidí levantarme y encender la luz de mi cuarto, con la respiración acelerada. Temía que mi sueño fuera real, por lo que me asomé al pasillo y vi la puerta en donde se quedaba la tía Emilia.
Nada… esa madrugada me quedé despierto, incluso pude contemplar el amanecer por primera vez, que si no fuera por el miedo que sentí en toda la noche lo habría apreciado mejor. A la salida del sol, mi madre me llamó a desayunar en el umbral de mi puerta, ahí fue que me vio alterado, a lo que me preguntó qué me había sucedido.
“Mamá, soñé con la tía Emilia, me estaba persiguiendo desde la que era su habitación”. Le dije.
Me miró extrañada. Me dijo que quizás había cenado demasiado cereal la noche anterior, por lo que no le dio mucha importancia al asunto. A partir de ese día, mi madre empezó a cambiar: su carácter amable era el mismo con mis dos hermanas, sin embargo, conmigo se hizo muy cortante.
Durante los siguientes meses, tuve con mayor frecuencia ese sueño, hasta que un día apareció una extraña mancha que estaba en la pared que era la contraria a la de la habitación de la tía.
Con el tiempo pude notar que tomaba la forma de una persona, hasta que en el transcurso de un año, se veía tal y como se vería mi tía con su chal en la cabeza.
En definitiva me negué a volver a dormir en esa habitación, así que le imploré a mis padres que cambiara de cuarto, al fin teníamos de sobra otros tres más. Mi madre minimizó mis súplicas, sin embargo, cosa extraña, mi papá y mis hermanas intercedieron por mí, con lo que a mi madre no le quedó otra opción más que acceder a mi petición.
Poco después mi padre me dijo que yo no era el único afectado por los cambios de conducta de mi madre, sino también a él no le hablaba como siempre. Mis hermanas me dijeron que fue mi padre quien les hizo ver el cambio de actitud de mi madre, pues esa misma semana a ellas les hizo un guisado que les gustaba mucho, mientras que nosotros nos tuvimos que conformar con las sobras del día anterior.
Una vez que terminamos la mudanza, a mi padre se le ocurrió de la nada dar un paseo para despejarnos de la atmósfera lúgubre y melancólica de la casa, lo cual alegres, aceptamos todos, menos mi madre, quien puso de pretexto que debía quedarse a limpiar.
Más a fuerza que voluntariamente, llevamos a mi madre al exterior, y sucedió que comenzó a sonreír de una manera que no habíamos visto. Fue entonces que mi padre se excusó con nosotros y se fue corriendo dirección a la Basílica. Al cabo de unos minutos regresó con una botellita de vidrio en la mano, sin embargo, se tropezó y el contenido de esta salió disparado hacia mamá, quien terminó empapada.
“Ahora tendré que cambiarme, gracias, amor”. Dijo sarcásticamente mi madre.
“Claro, te acompaño”, respondió mi padre. “Niños, acompáñenos adentro”. Confundidos, obedecimos, una vez adentro, notamos que mi mamá no dejaba de sonreír e incluso nos ofreció preparar para la cena algo que a todos nos gustara.
Fue entonces que mi padre nos dijo que el día que yo tuve la pesadilla, mamá había comenzado a tratarlo de una forma despectiva. Inclusive en una ocasión le comenzó a gruñir, como lo hacía la tía Emilia.
Preocupado, fue a la Basílica a buscar ayuda. El cura que escuchó lo que nos sucedió aconsejó sacar a mamá de la casa, pues esta se encontraba llena de la presencia de la tía Emilia, y su alma estaba dispuesta a invadir a la huésped más cercana.
En cuanto lográramos sacarla, debía de rociar con agua bendita a mi madre. Si volvía a ser como antes, al día siguiente deberíamos de bendecir la casa y pedir por el eterno descanso de la difunta. Fue lo que hicimos al día siguiente, y al terminar, solo por curiosidad fui a la que era mi habitación: ¡la mancha había desaparecido! Con eso supe que la pesadilla había terminado.
Años después, me mudé de la casa de mis padres, me casé y tuve un trabajo estable. Lo mismo hicieron mis hermanas, incluso una de ellas ya es madre de un hermoso niño.
A veces llamo a mi padre, ya que enviudó hace poco y se quedó en la casa de mi abuelo. Le llamo para saber si no ha tenido problemas para dormir, y hasta hace una semana me dijo que no. Sin embargo, ayer le hablé, y me dijo que le pareció escuchar gruñidos en la que era mi primera habitación, poco después yo los oí aquí, en mi casa. Justo en la pared de mi habitación, de mi lado de la cama, acabo de ver cómo se empieza a dibujar la silueta de una mujer, la de la tía Emilia.
Autor: Efrén Herrera
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