La Casa Del Horror Historia de Terror

La Casa Del Horror Historia de Terror

La última noche, fría y más extraña aún que la primera vez cuando llegué a casa de Miss Julieth hace unos días, fue decisiva. La decisión la tomé sin pensarlo mucho La Casa Del Horror Historia de Terror. Había llegado a un punto tal en el que las cosas se salieron de control por completo. Los platos, chocando entre sí, en la alacena; los cubiertos regados por el suelo; las cortinas, desgarrándose toda la maldita madrugada, sin permitirme cerrar los ojos. Y las frías y siempre extrañas palabras de Miss Julieth: —Deja, que ya va a parar, solo quiere llamar la atención… El asunto podría haber carecido de total importancia, de no ser porque en su casa solo habitaba ella. Pero con el pasar de los días, tuvo por fin que confesarme, no sin cierto descaro: “Bueno, sí Johan, sí, es cierto, tengo una mascota…” Y más tarde añadió: “Ya sabes que no te la he presentado aún porque ciertamente dudo que te lleves bien con ella”. Me lo dijo la misma noche en que estuve pensando en cómo largarme de ese lugar. Y creo que de no haber sido porque esa criatura se manifestó en el cuarto, yo hubiese seguido siendo tan solo un hombre invadido por el miedo. Pienso en esto y me parece increíble estar en una situación así. He llegado, incluso, a dudar de mí mismo. ¿Qué otra cosa podría ser menos horrenda que esta desgracia? ¡Esa criatura estaba viva y yo la había visto! ¿Qué puede darme más miedo aún, que me declaren loco, o vivir escondido eternamente de esa maldita cosa? La primera y también última vez que lo vi, yo dormía en la alcoba del segundo piso, dormía boca arriba, mirando el techo de madera, cubierto de telarañas, bichos y otras cosas que uno prefiere olvidar. A mi costado estaba Miss Julieth, y descansaba tan apaciblemente que su respiración tan monótona me hacía sudar no sé por qué. No puedo hablar de si tenía fiebre o no, pero lo cierto es que yo estaba ardiendo y me sentía como al borde de un precipicio. Podía escuchar los ruidos de aquella cosa, allá abajo, en el primer piso: golpes contra las baldosas, luego martilleos contra las escaleras. Yo sabía que se acercaba. Podía presentir lo peor… Y cuando menos lo esperaba, cuando ya el sueño había cobrado relevancia en el cuarto, esa asquerosa criatura del diablo saltó sobre mí, no dejándome ni siquiera tiempo para poder escapar. Sus ojos brillaban, como los de un gato a medianoche, que se queda mirándote inmóvil, alerta. Tenía la cara de un siervo, y ese rostro, indiferente, estaba cubierta por babas violáceas que caían de vez en cuando sobre mí. En vano intenté escapar. Sus manos, dos garras en cada brazo, me lo impedían estando clavadas en el colchón. Grité para que Miss Julieth pudiera ayudarme. Y solo abrió los ojos para decir: “No hay caso, Johan, debes abandonar la casa”. El animal se detuvo y luego se hizo a un lado de un salto. Miss Julieth me miró fijamente. Después desvió la mirada a mis ropas que estaban sobre el sofá. Era yo el que tenía que marcharse. Lo decían los ojos de luna de ese ser maligno y el rostro pálido de Miss Julieth. Y así lo hice. Pero antes de salir de aquella casa, tomé la escopeta colgada en el vestíbulo (desde la segunda noche que pasé allí, y tras enterarme de tales horrores, había comenzado a dormir con dos balas escondidas en el pantalón). Todos en el pueblo tenían razón. Mis Julieth era una mujer demoníaca. Y yo no les había creído. Me había burlado de cada uno de ellos, llamándoles ignorantes… Volví a subir al cuarto. Miss Julieth estaba moviéndose sobre aquel animal. Al escuchar el sonido de la puerta, giró la cabeza de forma imposible. —¿Me matarás? — preguntó ella riendo. —No —le contesté— soy yo quien no quiere vivir para recordar este infierno. Y disparé contra mi rostro. Ella río una vez más, como si se tratase solo de un pequeño golpe contra mis mejillas, pero la sangre salpicaba las sábanas de la cama, y el animal, o la cosa esa, empujó a Miss Julieth de un golpe, y empezó a lamer y a absorber los restos de mi cara. No pude morir… Las únicas palabras de Miss Julieth, entre risas, fueron: “Vamos, Johan, tú ya estabas muerto; muerto desde la primera noche en que entraste y dormiste sobre esta cama. ¿Cómo no has podido darte cuenta? Dime, Johan, ¿qué se siente haber fornicado con un ángel de Lucifer?” Tan solo corrí, ignorándolo todo a mi alrededor; Así, en un estado totalmente miserable, y nadie, allá afuera, pudo verme o escucharme siquiera, tan solo los perros que, comenzaron a ladrar como si mis pasos fuesen los de algún muerto, como si fueran ellos los que me corrieran de este mundo…
 
Autor: Anónimo
Derechos Reservados

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