Ojos Blancos Historia De Terror 2022

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Ojos Blancos Historia De Terror 2022

Ojos Blancos, historia de terror… Actualmente, soy de la Guardia Nacional, lo que voy a contar no está relacionado con el ámbito militar, esta experiencia me ocurrió en unas vacaciones que tomé con mi esposa e hijos.

Viajamos a Colombia, fuimos a un lugar hermoso, una cabaña, lo mejor de todo era el río que pasaba cerca.

Las aguas del río eran tibias, la zona era tranquila, solo se escuchaban algunas aves.

Al anochecer, salí junto con mi hijo mayor a buscar algunas ramas, o lo que sea para hacer una fogata, la cabaña tenía microondas, pero queríamos pasar un rato afuera, en lo fresco.

Caminamos por la orilla del río mientras levantábamos ramas secas, íbamos platicando, apreciábamos el paisaje.

De pronto escuchamos que algo crujió y se arrastró, ambos nos quedamos quietos, sospechamos que se trataba de un animal, y debía ser uno bastante grande, pues a los pocos segundos se escuchó un gruñido, como si fuera un felino.

Podíamos escuchar como inhalaba y exhalaba, sonaba bastante pesada su respiración, igualito que un animal furioso.

Debía estar cerca, pero entonces del otro lado del río, de entre los árboles, pude ver que se asomó un gran rostro, con prominentes ojos blancos, nos estaba mirando directamente.

Ojos Blancos-Historia De Terror

Esa cosa estaba lejos, lo que significaba que había al menos dos de esas criaturas, la que estábamos viendo y la otra que estábamos escuchando.

La bestia de ojos blancos avanzó un poco hacia adelante, saliendo de los árboles y quedando al descubierto, andaba en 4 patas, su cuerpo era deforme y alargado.

No sé por qué razón, pero el aire empezó a sentirse pesado, denso, a tal punto que empezamos a sentir que nos íbamos a asfixiar.

Pero aun así no movimos ni un músculo, sin duda alguna no queríamos hacer enojar a esos monstruos.

Lo que más me preocupaba era que la respiración pesada y agitada parecía estar a pocos metros de nosotros, y la cosa de ojos blancos ya estaba en la orilla del río.

Entonces, en lo alto de uno de los árboles, pude ver el rostro de la cosa que habíamos estado escuchando respirar, era como un perro sin pelo, de piel pálida, estaba de cabeza, quizá era por la poca iluminación, pero me pareció verlo sonreír.

Yo estaba completamente hipnotizado viendo sus brillantes ojos blancos, parecían 2 focos, luego lentamente se fue perdiendo entre las ramas y se alejó.

Me había quedado tan inmerso en esa mirada, que ni siquiera supe en qué momento mi hijo se fue, no hubo ningún ruido, no lo escuché correr y tampoco escuché que se lo llevaran, mi hijo simplemente había desaparecido en un instante.

Volteé hacia el río, y la otra bestia tampoco estaba.

Lo llamé por su nombre en repetidas ocasiones, grité, pero no hubo respuesta alguna.

Me puse a caminar de prisa alrededor de la zona, busqué huellas en la tierra, alguna marca, cualquier cosa, hasta que dentro del río, vi que estaba flotando una pulsera que yo le había regalado a mi hijo.

Corrí y la tomé.

El río era un poco profundo, no demasiado, pero no se podía atravesar caminando, la corriente era un poco fuerte, recuerdo que pensé que quizá cuando yo me distraje mi hijo se había acercado mucho a la orilla y había resbalado, era la mejor idea que tenía en aquel momento.

Me asusté y entré en pánico pensando que mi hijo se podría ahogar, empecé a ir en la misma dirección que la corriente del río mientras le hablaba y trataba de ver si de casualidad lo veía debajo del agua o lo que sea.

Saqué mi celular y llamé al 123, que es el número de emergencia en Colombia, pedí ayuda, expliqué lo que estaba pasando y luego continué buscando a mi hijo.

Del otro lado del río vi uno de sus tenis, yo no me puse a pensar en cómo era posible todo lo que estaba pasando, no me importaba, lo único que yo quería era encontrar a mi hijo.

Me crucé nadando, perdiendo mi celular al instante, agarré su teni, ahí cerca había unas huellas, muy separadas entre sí, demasiado diría yo.

Las seguí, se metían en la selva, quizá unos 200 metros, no más, ahí estaba la entrada a una cueva, en las faldas de una elevación rocosa.

Era de noche, mi única iluminación era la luna, no podía usar la linterna de mi celular porque lo había perdido en el río, definitivamente no podía meterme en esa cueva, sería una acción inútil.

Maldije con fuerza, entonces desde el interior de la cueva salió un grito lleno de dolor.

Lo primero que pensé fue que se trataba de mi hijo, así que me metí a la cueva, me adentré todo lo que pude, que no fue mucho porque a los 3 minutos de haber entrado casi resbalo, no veía nada.

No podía seguir avanzando, tenía que volver a la cabaña por algo para iluminar, maldije nuevamente, salí de la cueva y comencé a correr con todas mis fuerzas.

Cuando estuve de vuelta en la cabaña tuve que contarle a mi mujer lo que estaba pasando, le pedí su celular para poder usar la linterna, le dije que la ayuda llegaría en cualquier momento, y le expliqué cómo llegar hasta la cueva para que le dijera a las personas, y me alcanzaran allá.

Con celular en mano corrí de regreso, llegué hasta el río, avancé a toda prisa por la orilla hasta llegar a donde me había cruzado, crucé nadando, y corrí 200 metros hasta la elevación rocosa, encendí la linterna del celular, y con andar despacio y cauteloso, me adentré en la cueva.

Tantos años de entrenamiento me habían servido, no me sentía cansado a pesar de haber corrido como 2 kilómetros en 10 minutos.

La cueva era húmeda y fría, había mucho silencio ahí dentro, se sentía como si el tiempo corriera más despacio, no sabría explicarlo con precisión, era una sensación demasiado extraña, algo que jamás había sentido en ningún otro sitio.

Avancé y avancé, y la cueva parecía nunca tener fin, era como por cada metro que yo avanzaba, la cueva se hacía 2 metros más grande.

Me tiré al suelo de rodillas y grité el nombre de mi hijo, nadie me respondió, pero a lo lejos, alcancé a distinguir varias brillantes luces blancas, de inmediato supe de qué se trataba.

Esas luces eran las mismas que yo le había visto a las 2 grotescas criaturas con las que nos habíamos encontrado mi hijo y yo.

Así que, si esa cueva era donde vivían los monstruos, entonces ahí debería estar mi hijo, tenía una corazonada que me lo indicaba.

Quise acercarme un poco más, pero a los pocos metros las bestias me empezaron a gruñir, lo hicieron de forma tranquila, lo sentí más como una advertencia que como una amenaza.

Ahí, muy a mi pesar, caí en cuenta de una cosa, la realidad era que yo no podía hacer nada para salvar a mi hijo, para empezar no traía arma, y esas bestias me superaban en número, el simple hecho de intentar algo hubiera sido cavar mi propia tumba.

No es que yo fuera egoísta, o que no me importara mi hijo, simplemente es que no podía ayudarlo, no estaba en mis manos en ese momento, tenía que esperar a que llegara la ayuda, y ya entre todos quizá tuviéramos alguna oportunidad.

Entonces, me resigné, di media vuelta y caminé de regreso.

En cuanto salí de la cueva me puse a pensar en si debía esperar ahí a que llegara la ayuda, o sí debía acercarme al campamento para encontrarlos en el camino, y así llevarlos yo hasta la cueva, eso sería más rápido, así que fue lo que hice.

Corrí de nuevo hasta la cabaña, ya me estaba sintiendo exhausto, ya habían llegado algunas personas, fui directo con ellos y les supliqué que me siguieran, un par de ellos traían armas con sedantes.

Mi mujer me lanzó una mirada de angustia, tenía que traer a nuestro hijo sano y salvo.

Mientras corríamos hacia la cueva les fui contando todo, ellos me dijeron que posiblemente se tratara de alguna especie desconocida, ya que la zona en la que estábamos conectaba con la selva del río Amazonas.

Pero en contra de toda lógica, cuando llegamos ya no había ninguna cueva.

Yo no me había equivocado, la elevación rocosa era la misma, todos me miraron confundidos, yo me puse como loco, revisamos el perímetro y no encontramos nada.

Nos pusimos a buscar en los alrededores, cubrimos una extensión total de más de 8 kilómetros cuadrados, tardamos horas, no había ni una señal ni de la cueva ni de mi hijo.

Yo estaba destrozado, no sabía qué había pasado, volvimos a la cabaña, fue muy doloroso explicarle a mi esposa que había perdido a nuestro hijo.

Fue muy duro.

El gobierno Colombiano se portó de maravilla, enviaron cuadrillas a buscar, yo me mantuve todo el tiempo también buscando, nunca lo encontramos, ni vivo, ni muerto.

Al lugar llegó una persona que conocía esa zona como la palma de su mano, entendía el terreno a la perfección, y cuando yo le hablé de la cueva, me aseguró que no había ninguna cueva en más de 50 kilómetros cuadrados.

Perdí a mi hijo en Colombia, unas extrañas criaturas de ojos blancos me lo arrebataron.

 
Autor: Mauricio Farfán
Derechos Reservados.

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